jueves, 13 de septiembre de 2012


ADIÓS

   Todo comenzó cuando mi padre, maestro como mi madre y como su propio padre, me preguntó qué quería estudiar. Yo, aunque por aquel entonces distaba de saberlo, estaba ya cautivado por la magia de las palabras y le contesté que ingeniero de caminos. Él me habló de lo que me gustaba la lectura, de mi afición por escribir y actuar. Parecía un diálogo extraño en el que los dos no habláramos de lo mismo, pero yo entendí muy bien lo que quería decirme y además seguí su consejo y fui profesor de lengua y literatura. Y hoy, más de cuarenta años después, volvería a hacerlo.
   Pero me toca, nos toca hoy, decir adiós.
   Viene uno, a la compañera y amiga Gloria también le pasa, ya muy despedido. Primero fueron los alumnos de primero de bachillerato. Uno me dejó escrito: “Gracias por enseñarnos a disfrutar de la literatura”; y otra, más farandulera, me recomendaba que aplicase en el día a día de la jubilación “la frase que tú (o sea, yo) nos enseñaste, Carpe diem”.
   Los de segundo me pidieron que, en su ceremonia de graduación, les dijese unas palabras, y al final del acto salí  con la sensación de que habían sido ellos quienes me habían homenajeado a mí.
   Y estuvieron, en fin, los de teatro, los de nuestro colectivo de dramatización. Ya sin clases ni exámenes, se concertaron, luego lo supe, a través de sus redes sociales, y, por medio de esa megafonía que en tantas ocasiones los había convocado a ellos, me llamaron a que acudiera al aula de ensayos. Mis “calamidades”, como ellos mismos se autodenominaban adjudicándose el calificativo que a veces cariñosamente les había dirigido, no querían dejar que me fuera sin su recuerdo. Incluso se permitieron enriquecer mi fondo de armario con este jersey rojo que ahora luzco.
   Me han devuelto el afecto que les entregué. Nunca he pensado en la enseñanza como la mera ocupación de un espacio desde el que impartir conocimientos y disciplina. Cierto que les he exigido esfuerzo y dedicación y que he intentado que aprendieran y fueran siempre a más. Pero también he querido ver en ellos las personas que son y hasta he disfrutado de su espontaneidad y su sinceridad, de sus ganas, de ese ser siempre joven que me devolvía mi propia juventud.
   ¿Qué deciros, en fin, a vosotros, conserjes, profesores, limpiadoras, secretarias? He hecho grandes amistades en el instituto en estos años  cántabros,   me he sentido muy bien acompañado en el último tramo  de mi quehacer profesional. Gracias por haber aguantado una actividad incesante, incluso a menudo participado de ella: ¡Si hasta llegasteis a actuar, en número de veinte, como fondo humano de La pequeña cerillera, y vestidos de época! Al lado de preocupaciones compartidas por el trabajo, ¡qué buenos ratos hemos pasado juntos! Hablo, claro, de quienes llevan (o llevaban) tiempo en el centro, pero también la cordialidad de los más jóvenes me ha alcanzado. A todos os llevo en la memoria, ahora que mi vida laboral concluye.
   Me voy como llegué, peleando, si entonces era porque estaba todo por hacer, ahora para que no se destruya lo conseguido con tanto esfuerzo. En ese camino, seguiremos encontrándonos.
            (Palabras que no leí, y sin embargo llevaba escritas, en la comida de despedida  del instituto el 27 de junio de 2012).
                         

2 comentarios:

  1. Nos hubiera gustado escucharlas entonces y nos encanta leerlas ahora. Nos vemos en el camino.

    ResponderEliminar
  2. Qué gusto da leer lo que escribes, Juan!
    Te seguiré de cerca.

    ResponderEliminar