jueves, 20 de diciembre de 2012


MUNIELLOS, GUARDIÁN DE SUEÑOS

Remontando el curso del río Narcea, en dirección oeste, por las Asturias del interior, llegamos a Cangas. Sin embargo, nos guía otro afán, y en su busca continuamos por la carretera que conduce a las minas de Rengos. Antes de alcanzarlas, donde la calzada dispara un ramal a las alturas del puerto del Connio, lo enfilamos para abandonarlo después, ya en el pueblecito de Moal.
   Entonces nos internamos por un camino de tierra, donde cedemos el paso a las vacas que salen al pasto, mientras resuenan en nuestros oídos los ladridos vigilantes de los perros de aldea o las imperiosas voces de mando del pastor, apenas un zagal, de trasero remendado y ojos vivos.
   Luego ya solo es el eterno monólogo del río, abroncado e insurgente unas veces, otras remansado y casi inaudible, siempre transparente, como si diese continuidad al aire; a ese mismo aire que nos trae la silueta de un pájaro, la conversación lejana, pero nítida, de algún campesino, el ruido del azadón en su encuentro cotidiano con la tierra.
   A cada momento tememos el golpe seco de una piedra que, al chocar contra los bajos del coche, interfiera en los cantos de las aves. Atendemos al frente de la vereda, no vaya a ser que aparezca otro automóvil y nos plantee el problema, que se nos antoja irresoluble, de que en el espacio ocupado por uno quepan dos. Cuando finalmente las montañas estrechan tanto el valle que en su fondo solo hay cabida para el carril y el río,  contemplamos el anuncio de nuestro destino. Está tallado en madera, como para no desentonar con el bosque que tupe las laderas y sube cumbres, y dice “Bosque de Muniellos”.
   Es mi santuario. El lugar oculto elegido para sentirme tierra, árbol, nube, lago. Le llevaba a Beatriz, por ver si la contagiaba y nos uníamos también en el culto panteísta a la naturaleza.

Post scriptum- Lea la próxima entrega quien desee entrar con nosotros en Muniellos. Aunque una cosa os advierto: si lo hacéis, os resultará insoportable la idea de no verlo con vuestros propios ojos.

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