jueves, 17 de enero de 2013


EL SEÑOR FEIJOO

Es sabido que existe, en el noroeste de la península Ibérica, un territorio de montañas verdes a las que la edad ha vuelto romas, que ofrece al Atlántico y al Cantábrico el abrigo de sus rías, cuyo nombre es Galicia. Pero para mí es hoy noticia no por la cualidad de sus paisajes, sino por un dicho de su presidente actual, que se llama señor Feijoo.
   “Nuestros padres y abuelos se quejaban menos y trabajaban más”, cuentan que se le ocurrió declarar recientemente. Y nada comentan los cronistas de que, al mentarlo, se alterara la fisonomía de su rostro con un guiño irónico. Descartada, pues, toda intención de broma, que hubiera sido en todo caso de un humor muy negro, debe entenderse que hablaba en serio.
   No creo que quisiera alabar a los antepasados, sino más bien denostar a sus coetáneos. En otras palabras, nos reprendía por trabajar poco y protestar mucho.
   En los enchufados en la Diputación de Ourense por un correligionario suyo (¡33 porteros, llegó a haber para guardar tres puertas!) no podía estar pensando, habida cuenta de que no se tiene noticia de que hayan protagonizado conato alguno de rebeldía.
   Ciertamente, hay en España 6 millones de personas que están mano sobre mano. Pero tampoco debe de referirse a ellos y, si lo hiciera, lejos de reñirles (¡qué más quisieran ellos que trabajar!) tendría que solidarizarse con su amarga situación e incluso solicitar ser perdonado porque, como dirigente, no justifica su sueldo, al no poner coto a tan angustioso problema.
   Es más probable que su invectiva vaya dirigida contra quienes sí disponen, todavía, de empleo. Pero ¿para exigirles trabajar más? A lo mejor ignora sus jornadas abusivas, su precariedad, sus salarios de miseria, el incremento de la vida laboral hasta la jubilación. O a lo peor sí lo sabe y aún le parece poco para el idílico mundo empresarial que imagina. Un paraíso en el que lamentarse está, además, muy mal visto. Porque, hay que ver, este señor Feijoo lo quiere todo. No le basta que estemos como estamos, ¡encima se queja (él sí tiene derecho) de que nos quejemos! ¡Con lo bien que estaríamos soportando en silencio la que se nos viene encima!
   Desde luego, no parece que haya leído al poeta Blas de Otero. Lo digo porque, si lo hubiera hecho, sabría que, por mucho que nos quiten, siempre “nos queda la palabra”. Palabras con que exigir derechos, con que oponerse a que nos los arrebaten, con que defender lo nuestro. Callados, como a él le gustaría que estuviéramos, no nos van a tener.

1 comentario:

  1. Inmoral. Solo se me ocurre esta palabra para definir las declaraciones de este personaje por ese comentario tan poco afortunado. Y sin querer entrar en la corrupción que está salpicando a su partido. Eso será en otro momento. Hoy ya pinta todo demasiado negro.
    Begoña Freire

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