miércoles, 13 de febrero de 2013


TINTA, Y NO DE CALAMAR

Hay calamares y calamarones. Y no me refiero con el aumentativo a los cefalópodos gigantes que viven en las profundidades abisales, dicen que en perpetuo combate con los cachalotes, que apetecen de su carne.
   Hablo de los que habitan entre nosotros y tienen nuestra misma apariencia, encarnados, según sople el viento, en unos u otros, y últimamente en ciertas personalidades de la vida pública española. Los vincula a la especie marina  citada su afición a soltar tinta a las primeras de cambio, con la finalidad de sustraerse a las miradas de quienes ellos perciben como predadores, llámense en su caso periodistas, adversarios o, sobre todo, ciudadanía en general. Y los hace ser grandes (calamarones) la posición social que ocupan.
   Ante la publicación de supuestos datos que comprometen su buen nombre o el de la organización en la que militan, acuden al subterfugio de acusar a sus acusadores. La tinta que utilizan es el consabido ¡Y tú más! Al decirlo, tal vez pretendan quedar fuera de foco, fijarlo en los otros y quedar, así,  relegados, ocultos a la atención pública.
   Una variante de esa forma de proceder surge cuando, para negar la mayor, es decir, su supuesta implicación en casos de corrupción, la toman con el mensajero y, adoptando aires victimistas, le hacen acreedor de los más turbios intereses y merecedor de  infiernos procesales adonde quisieran arrojarlos con querellas.
   Por enlodadas que bajen las aguas, conviene no dejarse liar en esa ceremonia de confusión. Y no olvidar que, si el calamar se oculta tras la tinta, la aparición de esta suele dar fe de la presencia de aquel.

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