DEMOCRACIA DIRECTA
Una noticia llega de Suiza y no
afecta al caso Bárcenas ni a otros que se le pudieran parecer. Por el
contrario, alude a un suceso ejemplar, digno de imitación.
125.000 ciudadanos han promovido con sus firmas un referéndum sobre una propuesta
de ley que, al obtener el beneplácito de los votantes, ha sido aprobada. A
partir de ya, los ejecutivos de empresas cotizadas en Bolsa y que registren
pérdidas o despidan a trabajadores no recibirán bonus o paracaídas dorados,
por su gestión. No se repetirá un caso
como el del responsable de la compañía aérea Swissair, quien, aunque la empresa
se hundió y fue desmembrada, percibió una indemnización de nueve millones de
euros.
Ya sé que mucha gente en España echará en falta una ley semejante. A fin
de cuentas, hemos presenciado, estupefactos, cómo directivos de entidades en
quiebra o al borde del precipicio se iban por la puerta de atrás, incluso por
la principal, con el saco bien lleno de billetes, en compensación a los servicios prestados.
Que el árbol no nos impida ver el bosque, sin embargo. Con ser
importante esa norma -¡Quién nos la diera!-, más aún me lo parece el
procedimiento utilizado para establecerla. No salió de los partidos políticos,
no fue cosa del parlamento, vino de la calle la propuesta y fue la calle misma
la que, formalizada la consulta, la ratificó y le dio el visto bueno.
La democracia directa existe, no es una utopía, aunque aquí siga siendo
una quimera. Lo más parecido que tenemos es la Iniciativa Legislativa
Popular, mediante la cual un sector de la ciudadanía, necesariamente numeroso,
puede solicitar al Parlamento que discuta un determinado proyecto legislativo.
Pero es de los diputados, y no del conjunto de los electores, de quien depende
su aceptación o no.
Se nos dirá que para eso han sido votados por el pueblo. Pero ¿por qué
se le niega a ese mismo pueblo el derecho a decidir por sí mismo sobre aquellas
cuestiones que en un momento dado considere oportuno plantearse? Máxime cuando
los elegidos para gobernarnos distorsionan los programas con que en su día se
presentaron, haciendo justamente lo contrario de lo que prometieron.
De Suiza nos viene la enseñanza de que con depositar una papeleta en una
urna cada cuatro años no se agotan las posibilidades de la democracia. Sabemos
a quienes no beneficiaría llevarla a la práctica. Los demás haríamos bien en no
echarla en saco roto.
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