domingo, 26 de mayo de 2013

 TEATRO Y PÚBLICO: EL PAPEL DEL ESPECTADOR

Salen los actores al escenario al término de la función y el público los ovaciona. Y no siempre, pero sí con cierta frecuencia, los aplaudidos aplauden también. ¿Por qué, si quien ha actuado han sido ellos? ¿Por disimular los nervios, para expresar su satisfacción por  haber salido todo bien? ¿O será, simplemente, para tener las manos ocupadas?
   Es posible que haya algo de todo eso. Pero yo creo que en ese gesto se manifiesta también el agradecimiento a los espectadores. Es un reconocimiento a su papel, que lo tienen, y no es nimia su importancia.
   Siempre se ha dicho que no hay en el teatro dos actuaciones que resulten iguales. Podría pensarse, en principio, que ello guarda relación con el mayor o menor acierto de los intérpretes. A mí, sin embargo, y sin negar esa evidencia, me parece que el quid de la cuestión se sitúa en el patio de butacas. Y me explico.
   El teatro es arte presencial. Quiero decir con ello que exige la inmediatez entre emisión y recepción. No se trata de un espectáculo en diferido, como, por ejemplo, lo es el cine. En este último, no afecta al actor la actitud de la concurrencia: indiferente a su entorno, hace lo mismo si le atiende y se emociona que si pasa de lo que sucede en pantalla. ¡Qué diferencia con el teatro! Todos se encuentran físicamente en la sala, actores y espectadores, compartiendo espacio y tiempo. El intérprete, en carne y hueso, está dando vida a su personaje a dos pasos de donde te sientas, casi podrías tocarlo, o él a ti.
   Esa simultaneidad de presencias implica que la comunicación no se dirige en exclusiva desde el escenario a la platea, no es unidireccional. No son solo los cómicos –utilizando esta palabra en sentido amplio- quienes transmiten. Su hacer viene condicionado por la gente que tienen delante. Se diría que al escenario llegan hasta las lágrimas de alguno que se conmueve, sus suspiros o sus sonrisas, la tensión de sus silencios también. Los actores se vendrán a más si advierten esa complicidad, decaerán ante una actitud pasiva. Calidez o frialdad, atención o desentendimiento influyen decisivamente en su trabajo. Se saben asistidos o –¡ay!- desasistidos por quienes los contemplan.
   Esta es una de las grandezas del teatro, el papel activo de la audiencia, que de alguna manera interfiere en la representación, ese hilo invisible que se tiende entre la oscuridad del patio de butacas y un escenario de luz. Un barco en el que nadie queda sin navegar.

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