sábado, 3 de agosto de 2013

Y HABLÓ RAJOY

Compareció ante el Parlamento y dijo que su equivocación había sido confiar en Luis Bárcenas, confianza que mantuvo, señaló, hasta que salieron a relucir sus cuentas millonarias en Suiza. Él nunca supo nada de sus tejemanejes.
   Yo no creo que haya tenido el señor Rajoy tamañas tragaderas. Y conste que soy consciente de que, más que en elogio, deviene esta declaración en vilipendio para él. Casi hubiera sido mejor pensar que la persona que ostenta la presidencia del Gobierno de España es un inocente, un cándido, un benditón al que resulta muy fácil engañar porque no se entera de la misa la media, incluso aunque la oficien amigos y conmilitones suyos, como el tal Bárcenas.
   Yo, sinceramente, lo supongo más avispado. Téngase en cuenta que aprobó en su día la oposición a registrador de la propiedad, que debe de dar mucho de comer, cuando él mismo ha proclamado que no se había allegado a la política para enriquecerse.
   Claro que, si no es tan crédulo como argumenta, entonces la cuestión se pone aun más peliaguda, porque ya es otro el problema.
   Le han pillado, además, en una mentirijilla (¿o también ha cometido un error al decir lo que dijo?). Es que, según él mismo, dejó de confiar en Bárcenas tan pronto tuvo noticia de que había puesto unos cuantos millones a salvo en bancos helvéticos, y esa aclaración no cuadra con el sms que le envió al susodicho ¡dos días después de hacerse públicas las cuentas de este!
   El texto no denota, precisamente, indignación por su (presunto) proceder, o, simplemente, ruptura de la amistad: “Luis. Lo entiendo. Sé fuerte. Mañana te llamaré. Un abrazo”, señalaba el mensaje que entró el pasado 18 de enero en el móvil del tesorero infiel.
   Por otra parte, qué mala impresión produce que, para responder a las preguntas y demandas de la oposición parlamentaria, lea un escrito, obviamente redactado con anterioridad, cuando tales cuestiones aún no le habían sido formuladas. Una forma de rehuir el debate y la clarificación que no le deja, ciertamente, en ningún lugar que sea bueno.
   En fin, que no.

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