sábado, 14 de septiembre de 2013

BOLAS DE PURÉ DE PATATA

Debía de ser media tarde cuando, bien mediado el siglo XX, el autobús de línea llegaba a Villapedre, en el occidente asturiano. Nada más detenerse en la parada, comenzaba mi ritual de todos los veranos. Como todavía era niño, estaba dispensado de cargar con  equipaje, así que volaba hasta la Casa de don Andrés, que así llamaban a la de mis abuelos, por ser ese nombre el de él.
   Nada más traspasar la verja, me aguardaba toda una fiesta para los sentidos. Aún en la plazoleta, aspiraba aromas que venían del jardín de las flores, o presentía la frescura del de los tilos, que, al otro lado, entretejían sus copas. Ya en el interior de la casona, los crujidos de la madera que pisaba me acariciaban el oído y al pasar ante un armario me asaltaba un olor a alcanfor.
   El turno de los ojos llegaba cuando me asomaba al salón de las visitas. Desde las paredes, los retratos de los antepasados, pese a que nunca sonreían, siempre parecían darme una muda bienvenida, y la mirada se solazaba al ascender al techo, contemplando las pinturas amables de las cuatro estaciones, enmarcadas en sendos medallones.
   Es un mundo para mí ya ido. Como las bolas de puré de patata, que, en habiendo suerte, nos darían de cena cuando anocheciera, para que también el sentido del gusto se satisficiera. No las he vuelto a comer desde entonces, pero todavía las paladeo cuando las miento. Así que por qué privaros de la posibilidad de prepararlas.
  Yo veía cómo las hacían en aquella cocina bilbaína, grandísima porque eran muchos los comensales.  Las patatas, peladas y en rodajas, iban a parar a una cazuela con agua y sal, donde se cocían. La siguiente operación consistía en escurrirlas, para a continuación triturarlas en el pasapurés, con algún añadido de leche caliente, no mucha, pues no debe quedar escaso de consistencia el resultado, si no a ver quién le daría luego la forma adecuada.
   Si uno es propenso a la distracción o media parloteo, es fácil olvidarse de revolver, con lo cual la formación de grumos estaría asegurada y el plato se echaría a perder. El uso de la cuchara de palo para tal menester se mantendrá también en la fase que viene, con la inmediata adición de un par de yemas de huevo y, tal vez, un poco de jamón muy picado (Valen asimismo a estos efectos restos de carne o pollo).
   Siempre me ha admirado lo laboriosas que son las recetas tradicionales, pero ya llegamos al final. Enharinamos las manos para facilitar el modelado de las bolas, tarea a la que de inmediato nos entregaremos. El último paso consistirá en freírlas, no sin antes haberlas rebozado en harina y huevo batido.
   Ya está. Ahora probadlas y decidme si ha valido la pena salvarlas del olvido.

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