jueves, 5 de septiembre de 2013

THE VOLCANO SHOW (ISLANDIA, 11)

Un poco más y perdemos el bus, o eso creemos, pues saldrá más tarde de lo que pensábamos. El culpable es “The volcano show”, el espectáculo de los volcanes. Hemos divisado muchos con su torva pinta, subimos algunos cráteres, lastimamos la mirada en el despropósito de sus campos de lava. Ahora que se nos presenta la oportunidad de verlos en acción, no vamos a desaprovecharla. Sobre todo, cuando podemos hacerlo cómodamente sentados en una sala que es como un minicine de bolsillo, en Reykjavik.
   Es una muestra ante la que resulta difícil no rendirse. Un documento que son muchos entrelazados, con erupciones filmadas en vivo, a lo largo de años, y explicaciones. El reportaje es obra de un fotógrafo, quiero registrar su nombre, Villi Knudsen, un señor ya mayor, que sonríe con simpatía cuando le contestamos, en respuesta a una pregunta suya, en medio de un auditorio lleno, que venimos of Spain. Él mismo introduce la proyección.
   No esperábamos encontrar, pese al título con que se anuncia, un show a la americana, con efectos especiales y ritmo trepidante, y, por suerte, acertamos en la predicción. El autor oficia de notario, y lo primero que admiramos es a él, por más que casi siempre se oculte tras la cámara. A veces, sí que aparece, solo o con algún ayudante. Pero aunque no se le vea, deviene de testigo en protagonista. Lo sabemos ahí, delante de todo lo que graba, desafiando el riesgo, adentrándose en el peligro, quizás tan fascinado por lo que contempla que se olvida hasta de sí mismo.
   Imposible no pensar en ello ante esos jeeps cuyos bajos se acercan al metro de altura, que vadean, casi sumergidos, cauces desbocados; o sintiendo como propio el suplicio de unos pies que apenas soportan el calor de la roca que los sustenta.
   La pantalla se llena de imágenes perturbadoras: oleadas de lava ardiente, que avanza inexorable y ciega; camiones de evacuación, adonde van a parar los enseres que nadie quiere dejar atrás; granjas, pueblos enteros que se vienen abajo o encuentran en el maremágnum una inesperada sepultura; canchos de considerable tamaño desencajados de su sitio, perdida su grandeza, arrastrados como corchos por una corriente desencajada, fuera de madre.
   Y montañas que escupen llamaradas, fuego que sale del mar océano, cielos que se entintan de rojo, cuando no dejan de verse, ocultos tras un velo de ceniza.
    Salimos de estampida, cuando la luz se enciende en la sala, como si el magma nos persiguiese. Antes de embarcar en el avión, se imponía relajarse. Y qué mejor que en la Laguna Azul, última estación en nuestra visita a Islandia, adonde nos llevará un bus que creemos ya se está a punto de ir. Pero esa es ya otra historia, y será otro artículo.

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