sábado, 4 de enero de 2014

ANGÉLICAS DE CARNE

Nunca he pensado que, dado su natural humilde, haya sido mi abuela materna la que bautizó con su propio nombre este plato, por más que ella lo inventara. Seguramente fue el entorno familiar quien lo llamó de esa forma, en reconocimiento a su labor.
   A la abuela Ángeles le gustaba pintar cuadros y tocar el piano, o sea, que era una artista, aunque anónima. Pero no abandonaba su creatividad al traspasar las puertas de la cocina. Y puede que fuera una picadora que había en esos dominios lo que estimulara su imaginación cuando concibió esta comida. Al menos eso me agrada suponer a mí, que siempre he sido muy novelero.
   Recuerdo ese aparato, que siempre brillaba a la luz del mediodía, posado como un pájaro en el borde de una mesa blanca. Valiéndose de una manivela dispuesta lateralmente, movíase todo el engranaje para triturar la carne. Pero ¿qué hacer con tal picadillo?
   Se le ocurrió, y no fue mala idea, doy fe, o la daba mi ser de niño, adobarlo con ajo, perejil y sal machacados en un mortero de madera, y añadir aún un trozo de miga de pan remojada en leche y exprimida, dos cucharadas de nata líquida y un huevo batido, y mezclar todo ello a conciencia.
   Ideó después introducir esa mixtura en moldes individuales, de metal. Todavía los estoy viendo, aguardando su momento, todo un ejército de vasitos alineados, cuyo interior había sido untado previamente de mantequilla.
   La cocina era bilbaína, de las de hierro, con unos buenos fogones y mejor horno. Parecía este último hecho a medida para que fueran a parar a sus adentros nuestros recipientes con la amalgama antedicha. Expuestos al calor, irá adquiriendo poco a poco su contenido la tonalidad dorada que advierte de que está en sazón.
   Y una cosa lleva a la otra: desmoldarlos no requiere de grandes dotes de imaginación culinaria. Tal vez sí, en cambio, elegir la salsa con que cubrir los pequeños conos truncados resultantes, pues es cuestión en la que se unen paladar y gusto por el color, si bien he de hacer constar que en mis recuerdos era la bechamel la preferida (aunque tampoco desentonaría el tomate).
   Al degustar estas angélicas de carne, quizás se os presente una duda. ¿Obedecerá su denominación a la autoría de mi abuela Ángeles o a que son bocado propio no ya de cardenales, como reza el dicho, sino de ángeles, dada su exquisitez? En mi opinión, no hay tal dilema, por resultar ciertas, y por tanto no excluyentes, ambas hipótesis...

1 comentario:

  1. Defines perfectamente la historia que envuelve esta receta. Mmm.... creo que la voy a degustar muy pronto.

    ResponderEliminar