martes, 18 de febrero de 2014

VINDICACIÓN DE INMIGRANTES

Últimamente, cuando leo la prensa, me asalta un temor nuevo. Desde que se ahogaron, al intentar pasar a Ceuta a nado, una decena larga de inmigrantes subsaharianos, me agobia la posibilidad de que el mar haya devuelto un cuerpo más, incrementando, así, las dimensiones de una tragedia ya mayúscula.
   Esas muertes –van 15 documentadas, cuando escribo- despiertan tantos sentimientos, duelen tanto, exigen tantas respuestas...
   Está, antes de nada, la desolación que producen. Tal vez lo entendamos mejor si vemos en ellos la gente que fueron. Desconocemos sus nombres y en algún lugar de Togo, de Senegal, de Camerún sus familias ni siquiera sabrán que los han perdido para siempre.
   Eran personas de muchísima valía. Antes de alcanzar las aguas que los separaban de su ideal –un ideal pequeño, de encontrar trabajo y mejorar la suerte de los suyos, ¿os suena?-, hubieron de enfrentar obstáculos imposibles, asumir riesgos, nunca quedarse en el suelo si caían. Mirad en un mapa lo lejos que está de donde venían. Hay miles de kilómetros, desiertos de por medio, mafias que trafican con sus aspiraciones, policías que los persiguen. Su viaje duró años, que se hicieron de incertidumbre, de privaciones, de sortear fronteras y acosos, y siempre de ánimo y de valor. ¿Os imagináis lo que habrían podido ser, considerando lo que fueron? ¿Lo que habrían podido dar de sí mismos, si hubieran logrado dar el salto de África a Europa?
   Ilusiones rotas… ¿o destrozadas? Desde el lado ceutí de la playa del Tarajal, la guardia civil disparaba –balas de fogueo y pelotas de goma- al agua. El problema es que por el agua venían ellos. Es más, si disparaban al agua era precisamente porque por ella pugnaban por llegar a tierra los inmigrantes. Eran una escuadrilla de desharrapados que se mantenían a flote a duras penas. De su penuria da cuenta que algunos usaran como flotadores botellas de plástico engarzadas.
   El delegado del Gobierno en Ceuta y el director general de la G.uardia Civil negaron que se hubiera hecho uso en el mar de material antidisturbios. Ahora, solo se habla de lo cerca o lejos que impactaron los proyectiles. El ministro del Interior asegura que fuera de  alcance, pues tan solo se pretendía disuadirlos. Las víctimas, todos lo fueron, incluso los que se salvaron, afirman que les tiraban a ellos. Asustados, abandonaron su propósito, la mayoría, pero al menos 15 perecieron en un mar que estaba calmo. Y los que consiguieron tocar tierra ceutí fueron devueltos de inmediato a Marruecos, sin que, a lo que parece, se respetaran los derechos que les otorga la legalidad.
   Ante este espanto, pienso que las autoridades concernidas deberían dimitir o ser cesadas de inmediato. Aunque solo sea para no confundir al mundo y enviar el mensaje equivocado de que todos estamos de acuerdo en cómo se actuó. Quizás así los españoles podamos salir de nuestras fronteras con la cabeza alta y sin la dignidad en entredicho. Y todavía, para recuperar del todo la paz, queda revisar nuestra política migratoria y de ayuda internacional, que, por más en crisis que estemos, no hemos de olvidar a quienes se hallan ya en estado crítico. 

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