miércoles, 2 de abril de 2014

VACACIONES ESCOLARES, UNA SINRAZÓN

Me encuentro en la calle con una estudiante universitaria, alumna mía de un tiempo ya ido. Al pronto, me llama la atención su cara, que está como desojada, con la mirada casi oculta bajo unos párpados caídos. Desecho la primera explicación que se me ocurre, no es fin de semana, momento propicio para que haya trasnochado. Además, su cansancio parece no ser flor de un día, sino venir de lejos. Preocupado, le pregunto si se encuentra bien.
   El trimestre, que está siendo demasiado largo, me responde. No dice que se le esté haciendo inacabable, sino que lo es. A un extranjero, aunque su dominio del castellano sea perfecto, le parecerá esta contestación un sin sentido. Un trimestre siempre dura tres meses, pensará. Pero yo sé muy bien por dónde va.
   Este año las vacaciones del segundo tramo del curso se hacen esperar en demasía. No llegarán hasta ya mediado abril, con el advenimiento de la Semana Santa. ¿Cómo siempre?, se interrogará el desconocedor de los usos y costumbres que nos rigen. Pues no, que esas festividades cambian cada año de ubicación en el calendario. A veces, caen en marzo; otras, ya avanzada la primavera. Así que lo que, un tanto abusivamente, llamamos segundo trimestre, se adelanta o se retrasa, se contrae o se expande, y puede mediar un mes de diferencia, según sea el caso.
   Esa situación comporta consecuencias que van más allá del cansancio. Afecta también a la programación de las evaluaciones en la enseñanza no universitaria. En ocasiones, la segunda  ha de hacerse bastante antes de que se suspendan las clases, porque esperar distorsionaría los tiempos y los contenidos. Y es fácil deducir lo que supone mantener la atención de los alumnos cuando ya se les han entregado las notas, están agotados por los exámenes y tienen a la vista las vacaciones. Por si fuera poco, las tareas correspondientes a la última evaluación se verán interrumpidas por la Semana Santa.
   ¿Hay más dislates? Al finalizar el primer trimestre, la docencia se paraliza durante casi tres semanas, por Navidad. ¡Ningún atleta resistiría semejante parón en su actividad!
   ¿Cuál es el problema? Las vacaciones no tienen en cuenta las necesidades académicas, están mediatizadas por las festividades religiosas, concretamente de la iglesia católica. Parece imposible en un Estado moderno, que se define como no confesional, pero lo cierto es que el clero continúa imponiendo sus celebraciones a la generalidad de la población e interfiriendo en el desarrollo de su trabajo.
   Se lo digo a mi antigua alumna, que esa es la causa última de su extenuación. La veo marcharse, pensativa. Casi lamento haber sumado a su fatiga un motivo de enfado. Me propongo contribuir a denunciar ese abuso. Escribo este artículo.

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