sábado, 17 de mayo de 2014

EL CANDIDATO CAÑETE

Perdió Cañete, cuentan, el debate televisivo con Elena Valenciano, y ha perdido las formas después. Trataba el buen hombre de justificar su actuación y no se le ocurrió mejor cosa que decir lo que piensa, a las bravas y sin eufemismos. Solo consiguió retratarse de cuerpo entero. Por si alguna duda quedara.
   Para empezar, señaló que no le gusta nada discutir con mujeres, no sea que, al poner en evidencia su superioridad intelectual, se le tilde de machista. Lo malo, para él, es que con semejante argumento resulta imposible no adjudicarle ese calificativo.
Alguien tendría que explicarle que da lo mismo rivalizar políticamente con un oponente femenino que masculino, que lo que importa es la exposición y defensa de los propios objetivos y la crítica de los contrarios. Pero a ver quién va a aclararle eso a un señor que nos dejó una tan inolvidable perla verbal cuando, años ha, manifestó, a propósito del regadío que “hay que utilizarlo como a las mujeres, con mucho cuidado, que le pueden perder a uno”. A él desde luego.
   Pero, ya puestos a demostrar que por la boca muere el pez, Cañete no se paró en barras. “Si debato con el señor Rubalcaba, nos podemos decir todas las barbaridades, pero con una mujer se interpreta de otra manera”, añadió, a mayor abundamiento en su deslenguada argumentación.
   En sus excusas de mal pagador, no repara en lo que dice. ¿Decirse barbaridades? ¿Esa es su concepción de la controversia política? El tirarse a degüello al contrario, llenarse la boca de exabruptos, convertir en espectáculo un programa destinado a transmitir propuestas, y a contraponerlas frente a las del adversario, ¿a qué aboca al elector? ¿A elegir al más cañero, al más bruto, al más despiadado?
   Como para votarlo…

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