viernes, 6 de junio de 2014

REPÚBLICA

Están los periódicos pesadísimos, con la abdicación del rey. Vengan páginas y páginas dedicadas a glosar su figura. Se emplean a fondo en el panegírico, caen desvergonzadamente en la hagiografía, son pródigos en la alabanza y olvidadizos en la crítica.
   Se retira él, pero nos deja a su hijo, a quien también se dirigen los ditirambos de esa prensa a la que el calificativo de complaciente se le queda corto. Está muy preparado, dicen, y es posible que sea cierto. Pero iguales o mayores méritos poseen miles de jóvenes, y ello no les exime de verse obligados a traspasar nuestras fronteras en busca del futuro que se les niega en España. Lo que no tienen es un padre que pueda dejarles en herencia la jefatura del Estado de todo un país. A eso sí que se le podría llamar desigualdad de oportunidades.
   Nadie debería quedar excluido de poder desempeñar durante un tiempo ese cargo, así, a priori, si cuenta con una mayoría de electores que lo respalden. Pertenecer a una determinada familia no constituye, en cambio, aval democrático alguno para ostentarlo.
   Hablamos de monarquía o de república, de una sucesión asentada en arcanos linajes (como si los demás careciéramos de antepasados) o de una elección fruto de la libre voluntad de la gente .y con fecha de caducidad.
   A lo que se ve, a similares conclusiones ha llegado buena parte de la ciudadanía. En un solo día, muchos son los que se han manifestado en diversos lugares para reclamar la celebración de un referéndum, es de suponer con qué intenciones. Quizás ese sea uno de los motivos para los elogios desmesurados de los medios: meter con calzador y a machamartillo la idea de la bondad de la sucesión dinástica.
   Ya sabemos que coronarán rey a Felipe VI. Pero no se me escapa –y tampoco a ellos- lo que puede significar de cara al futuro que afloren las protestas y exigencias hoy. Tal vez algún día, con otro Parlamento...

   Ojalá.

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