martes, 19 de agosto de 2014

ANDADURAS JAPONESAS (2): CALLEJEANDO

Habíamos sobrevolado dos continentes (Europa, Asia), 13.000 km de avión nos separaban de nuestros orígenes, y todo se anunciaba diferente. Así que desde que pusimos pie en Japón nos lanzamos a la calle, animados por la curiosidad y con los ojos muy abiertos a lo nuevo.
   Después de cederles reiteradamente el paso a quienes se nos venían de frente, o de que fuesen ellos los que se apartaran para no tropezar con nosotros, comprendimos que debíamos circular por la izquierda, y no por la derecha, como es costumbre en nuestros lares, tanto para automovilistas como para peatones.
   Al principio nos inquietaban las bicicletas, con las que compartíamos el uso de las aceras, y que se desplazaban veloces. Aunque atenuó nuestra preocupación que no dudaran en utilizar timbres de aviso, y su manifiesta habilidad para esquivar al gentío, siempre andábamos alerta: ¡No disponíamos de seguro médico!
   Es curioso cómo puede uno (yo, por ejemplo) malinterpretar el sentido de algo cuando desconoce su finalidad. En el suelo notamos que había unas bandas longitudinales, amarillas, con relieve de puntos. Algo señalaban, pero qué. ¿La separación entre los que iban y los que venían, la delimitación del carril bici? Parece ser que sirven de orientación a los invidentes y están por todas partes, incluso en el interior de estaciones, hoteles y edificios públicos.
   Tokio es un caos urbanístico, donde lo moderno se yuxtapone constantemente con lo tradicional, sin que a la vista se ofrezcan orden ni concierto alguno. Coexisten casitas bajas con rascacielos de cristal, callejuelas rectas o laberínticas se abren a grandes avenidas, vuelan los autos o los trenes sobre atrevidos viaductos. Eso sí, pese a lo abigarrado que resulta todo, y a cómo se arraciman, los edificios no se tocan entre sí, crecen por doquier, pero siempre separados los unos de los otros, aunque la distancia que media entre sus costados no sea mayor que la de la cuarta de una mano. En las calles no hay apenas nombres, ni en los portales números: ¿Qué sistema seguirán para proporcionar o buscar una dirección?
   Los cables de la luz no se soterran. Se pegan a las viviendas o pasan sobre ellas, atraviesan las calzadas. Y no hay domicilio que retroceda ante los raíles del ferrocarril, ni estos se alejan para evitar ruidos o vibraciones. Resulta chocante ver las residencias orillar las vías, como si tal cosa. Claro que aquí el espacio se aprovecha al máximo, que es mucha la población y escaso el terreno.
   No busquéis, como al principio hacíamos nosotros, en las calles de Tokio o de otras ciudades un banco donde sentaros, seguramente no lo encontraréis, a lo mejor porque todo el mundo está siempre yendo a o viniendo de alguna parte. En cambio, máquinas con una amplísima oferta de bebidas para aliviar la sed os será imposible no verlas. Pero guardad vuestros desechos en la mochila, que papeleras no hay y no querréis enturbiar la limpieza que, pese a ello, brilla en el entorno.

   Si os entretenéis en la contemplación del tráfico, os llamará la atención que haya taxis de variados colores. Ello responde a que pertenecen a compañías privadas y cada una se identifica con un cromatismo diferente. Algo similar ocurre con el metro (o los metros) y los trenes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario