martes, 2 de septiembre de 2014

ANDADURAS JAPONESAS (6): EL CRUCE DE SHIBUYA,  DESDE DENTRO

No nos hubiéramos perdonado no ir, estando en Tokio, a este lugar que podría ser imaginado y, sin embargo, no lo es. Los ojos no saben dónde mirar para inventariar asombros.
   El aire se llena de anuncios y rótulos que penden de edificios de cristal. Desde pantallas y cartelones asoman caras famosas y se suceden argumentos que llaman al consumo y encandilan la mirada. El cromatismo se dispara y, si atardece, refulge de luz. Y, pese a ello, el verdadero espectáculo está a pie de calle, llamándote a participar de una experiencia muy intensa. Si te decides, serás una más, entre el millón de personas que la viven a diario.
   Un desborde de humanidad se dispone en las aceras a atravesar al unísono los cuatro pasos de peatones que forman una especie de rectángulo, y aún otro más, que traza una diagonal en ese espacio. Miles de individuos aguardan a que cambien de color los semáforos que ordenan un tráfico denso. Los ves de frente, si también tú quieres cruzar, en una quietud tan expectante como la tuya, que de repente se rompe, se dinamiza, cuando todos se ponen en marcha y vienen hacia ti, como tú te diriges hacia ellos.
   Parece inevitable el choque y grande el daño, pero mejor no pensarlo, porque una vez que pisas la calzada ya no puedes detenerte, pues detrás de ti marcha un gentío igual al que tienes delante y, si temes encontrarte con unos, por qué no ha de asustarte que te arrollen quienes caminan, con similar premura, a tus espaldas y te empujan con el sonido de su aliento y el ritmo de sus pasos.
    Estás al aire libre y tal vez sientas claustrofobia, pero no saldrías corriendo aunque quisieras, que, si no hay paredes que te encierren, los cuerpos de los demás se constituyen en un límite que no puedes franquear. Así que te ves obligado a continuar, y finalmente la ola de la que formas parte se topa con la opuesta, pero no se tropieza, porque se abre para dejarle el paso, muchos pasos, y entre esas fisuras se cuelan los contrarios, como tú y los momentáneamente tuyos por las grietas que ellos dibujan de su lado. Te parecerá imposible, pero alcanzas la otra orilla sin que nadie te haya tocado, ni se produjera siquiera un roce de piel contra piel, cada uno ha dominado un espacio, por mínimo que fuera, que en eso parecen maestros los japoneses.
   En la plaza Hachiko, adonde quizás has ido a parar, un perro vuelto estatua sigue aguardando que de la muchedumbre salga su amo, como lo hizo, ya muerto este, durante los años que le sobrevivió.

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