lunes, 1 de diciembre de 2014

CATALUNYA, CATALUÑA

La escribo con dos palabras porque es así como la siento, en catalán y en castellano, en su singularidad y con encaje en ese país de países que, lejos de toda concepción esencialista, es para mí España.
   Yo no pienso España sin Cataluña, pero no a cualquier precio, no de cualquier manera. Sobre todo cuando casi dos, de los algo más de seis millones de potenciales votantes, se declaran partidarios de la segregación. Me descorazona que el Gobierno lo esté haciendo tan mal, y que los partidos y organizaciones independentistas aprovechen esa circunstancia para llevar el agua a su molino, con artes en mi opinión non sanctas.
   El Partido Popular ha echado en Catalunya  leña al fuego, encendiendo los ánimos con sus recursos ante el Constitucional, primero contra la modificación del Estatut (pese a su previa aprobación por los parlamentos catalán y español y en referéndum), y más recientemente frente a la consulta instada por la Generalitat. Y se enroca en que nada es posible fuera del statu quo marcado por la Constitución.
   Por el otro lado, Convergencia y Unió y Esquerra Republicana han tenido la habilidad de acabar equiparando, si no formalmente, sí en la realidad, el derecho a decidir con el derecho a decidir la independencia, que obviamente no es lo mismo. Y, amparándose en esa identificación, han hecho de las instituciones de la Generalitat, que representan a todos los catalanes, y no solo al tercio que votó por la segregación el 9-N, correa de transmisión de sus fines.
   Cuentan, además, con un beneficio añadido. Si desde el Gobierno español se utiliza exclusivamente el argumento de la legalidad, el campo les queda libre para hacer campaña en favor de sus objetivos, sin nadie enfrente que la confronte. Un hipotético estado catalán independiente se presenta como remedio a todos los males –por cierto, buena parte de ellos compartidos por todos los españoles-, a modo de paraíso de leche y miel.
   Yo soy partidario de poner todas las cartas sobre la mesa, para que cada uno pueda jugar su mano, sin imposiciones ni exclusivismos. El fin no es la independencia o la unidad, sino conocer qué es lo que se quiere. Y no se me ocurre mejor manera de saberlo que preguntarlo y negociar a partir de las respuestas. El recurso a O lo tomas o lo dejas, en que ambas partes en conflicto se están empeñando, no es válido con todo lo que está en juego.  

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