viernes, 6 de marzo de 2015

“LOS POLÍGLOTAS”, de William Gerhardie

Qué novela más rara. La protagoniza una familia un tanto peculiar, que vive en una ciudad china próxima a la Unión Soviética, recién salido el mundo de la Gran Guerra y con una Rusia que acaba de estrenar su revolución. Son occidentales, pero vienen de Japón y se irán a Inglaterra en una travesía que durará semanas, si bien el cambio de escenario –de tierra firme a barco de pasajeros- no traerá consigo grandes alteraciones en el relato. Forman parte de ese clan o pululan en su entorno varios personajes que o son militares o lo han sido, dedicados a tareas inútiles y empeñados en favorecer a los amigos o en obtener sus favores, según los casos.
   El narrador oficia de cronista, mayormente de sucesos fútiles. Pasan muchas cosas y no ocurre, realmente, casi nada. Buena parte de las 378 páginas, se dedica a dar cuenta de hechos intrascendentes, entre los que, a partir de determinado momento, tienen generosa cabida actividades y parlamentos infantiles.
   Las referencias al contexto son mínimas. Fuera de algún comentario ocasional sobre la situación internacional, tal pareciera que estuvieran en Babia, de puro centrados en sí mismos que se hallan quienes conviven en el hogar, sean parientes o allegados. Eso sí, lo anodino de esas existencias no nos priva del mayor detallismo descriptivo, y más que reiterado.
   El amor, que surge y podría subvertir el orden establecido en el reducido ámbito de la acción, no rompe la atonía dominante. Antes bien, pese a que vulnera alguna norma, se presenta desleído, como un elemento más de la sosería general. El conflicto que parece ir a generarse se queda en nada, por más que ello nos deje boquiabiertos.
   Son muy escasos los momentos emotivos que escapan a la banalidad y vienen de la mano de algún suceso trágico, como la muerte de un adulto o la de una niña. Del primer caso recuerdo cómo me estremeció la pintura del entierro, y del segundo una sensación de pena y de ternura. Pero pasan en un vuelo y no dejan huella.
   Rompen también, y con más frecuencia, la insulsez de la historia divagaciones filosóficas, que me han resultado francamente insufribles. Me obligué a no saltarme ni una sola de las palabras con que el narrador, que es a la vez protagonista destacado, reflexiona acerca  del amor o de la eternidad, aunque confieso que tal vez las leí mecánicamente, perdido en una argumentación que para mí carecía de interés, cuando no de sentido.
   Lo que sí me ha cautivado es el retrato que se hace de determinados personajes, para mí, con mucho, lo más valioso de este libro. Sobresalen por algún rasgo que los caracteriza: la hipocondría de la matriarca, y su egocentrismo sin límites; la manía persecutoria del capitán Negodyaev, la evidente perturbación del general de ojos enloquecidos... Su desquicie o sus peculiaridades prestan algo de color a la grisura de la trama.
   No sé yo si recomendar la lectura de esta obra.

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