jueves, 13 de agosto de 2015

MAMÁ ÁFRICA (3): PRIMER ASOMBRO

Supe enseguida que la valla tras la que me encontraba estaba electrificada. Me lo habían advertido y, pese a ello, hube de experimentarlo en carne propia para no volver a tocarla. Con el ansia por ver bien a dos elefantes que habían venido a beber a una charca que había del otro lado, me arrimé en exceso a la alambrada y el trallazo que recibí fue de órdago. Mientras los paquidermos se perdían en la noche oscura, yo pensaba en los problemas que depara protegerse de lo que hay fuera…
   Estábamos recién llegados a Botsuana, al norte, en la proximidad de Zimbabue. Nuestro hospedaje desplegaba su encanto en medio de la naturaleza salvaje, fuera de todo espacio habitado. Son un conjunto de casitas de madera que se elevan sobre pivotes y se enlazan entre sí mediante pasillos aéreos. La parte superior de las ventanas es abierta, con una tela metálica muy fina para evitar que entren insectos. Nunca habíamos dormido bajo techumbre de paja: pronto comprobaremos lo eficaz que resulta frente al frío de la noche, cuando la temperatura baja a muy pocos grados sobre cero. No nos despertaremos ateridos. En cambio, a momentos nos arrancarán del sueño los ladridos de un perro que avisa de la presencia de hienas merodeadoras…
   No llevábamos nada de tiempo en África y ya habíamos entrado en contacto con su fauna. En la tarde, mientras recorríamos caminos de arena a bordo de jeeps descubiertos, me había costado ahorrar exclamaciones de júbilo o de asombro, reprimirme para no extender el brazo y señalar, por obedecer los consejos que se nos habían dado, ser inaudible y evitar movimientos que me delatasen.
   Nos habíamos dado de bruces con grupos familiares de elefantes, o con jirafas que semejaban ser puro diseño, creación de un artista inspirado; con manadas de impalas, cuya estética era la de la delicadeza. Y ellos a su vez nos miraban, yo diría que hasta con un deje despectivo los primeros; y recelosos, atentos al peligro que pudiéramos suponer, con un pie en la huida, los demás.
   Dos jabalíes que sesteaban a un lado de la vereda se habían levantado a nuestro paso. En mi memoria perviven su basta catadura y una pinta pendenciera en la que mucho tienen que ver sus colmillos. No mucho más adelante, unas perdices pardas que llaman francolines y un chorlito andan a la greña con un chacal que huronea en sus inmediaciones. Los pájaros chillan y despliegan en tierra sus alas, queriendo centrar  la atención del cánido en ellos, apartándola así, tal vez, de sus nidos, aunque él no parezca muy dispuesto a dejarse convencer.

 Hemos empezado con buen pie nuestra andadura...

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