martes, 10 de noviembre de 2015

MAMÁ ÁFRICA (20): EL LEOPARDO, COMO UNA SOMBRA

Renquea el jeep por las pistas arenosas de Moremi. Es todavía temprana la mañana, pero tengo muy abiertos los ojos. Voy mirando con atención los árboles que de cuando en cuando orillan la derecha del camino. Desecho los de escasa altura y me fijo, sobre todo, en los de mayor envergadura, allí donde las ramas se abren formando horquillas.
   Por un momento, detengo mi exploración y presto oído a las llamadas de aviso de los compañeros. Del otro lado de donde yo atendía, en medio de un espacio despejado, salta un topi. Es un antílope que trota unos pasos con normalidad y de pronto se eleva verticalmente en el aire, unos dos metros, y caído al suelo corre de nuevo, para volver a ascender otra vez, y ése es su modo de huirnos. Dan ganas de aplaudirlo como número de circo, pero sólo es pura naturaleza, quizás una manera original de desanimar a un predador con esa demostración de  buena forma.
    Tan insólita imagen no me lleva, sin embargo, a olvidar mi anterior dedicación y enseguida que el topi se aleja retorno a las copas de los árboles. No son ellos los que me atraen, ni las aves que tal vez alberguen en su seno. A mí lo que me gustaría sería dar con un leopardo tendido sobre una robusta quima, descansando de una noche de caza o al acecho de la presa que pueda venir. Ya sé que sería algo extraordinario hallar a uno de estos felinos, dado su apego por la soledad, pero no imposible, pues campan por estas heredades. Y al fin, lo que con tanta dedicación busco en las alturas parece haberlo encontrado el conductor en tierra.
   Son huellas, que él dice muy frescas, y deben de serlo, porque en su seguimiento abandona la pista que circulábamos y nos adentra en un ramal secundario, que conduce a una hondonada salpicada de árboles y arbustos. Mueve el vehículo de acá para allá, detiene la marcha o la reanuda, y todo lo examina con sumo cuidado, y nosotros como él.
   “Está muy cerca, ahí mismo”, nos comenta. Aguzo la vista hasta que me duele, y no lo veo, ni ningún otro lo consigue, por más que no dejemos matorral sin escrutar. “Se ha escondido, no ha podido ir muy lejos”, afirma el guía. Y nos aclara que la escandalera de pájaros que oímos al venir en pos de su rastro era de gallinetas de Guinea, que habrían advertido su presencia. Tal vez atrapó a una y se ha ocultado a degustar ese botín. Lástima que nuestros ojos no sean rayos X, pienso, mientras dejamos atrás el lugar. Ver un leopardo ya sería un sueño, me digo. No obstante, nadie podrá quitarme la emoción de haberlo sentido tan próximo. 

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