miércoles, 23 de noviembre de 2016

“POR EE UU (22): LA VISIBILIDAD DE LA MISERIA”

Desde detrás de una cristalera, miro a la calle, en San Francisco. Veo una boca de metro y cerca un cubo de la basura. Sobre la tapa, hay una lata de un refresco, que alguien no se ha molestado en meter dentro. Un indigente se aproxima. Debe de ser el mismo que ayer extendía una mano pedigüeña a los transeúntes. Se recostaba en el murete que delimitaba la entrada al suburbano, al lado de un cartel que nadie se paraba a leer. Decía: “Si no me dais nada, dejadme al menos una sonrisa”.
   El mendigo coge el recipiente y por un momento pienso que va a poner remedio a la falta de civismo de quien lo dejó allí. Sin embargo, lo que hace es agitarlo en el aire, tal vez para comprobar que no está vacío del todo. No percibo el ruido del líquido al chocar contra el metal, pero cuando se lleva a la boca el envase y sorbe con avidez es como si lo hubiera oído.
   A continuación abre el contenedor y hurga dentro un instante. Al pronto, extrae un vaso de plástico, que ha debido caer de pie, sin derramar el resto de café que aún contiene. Quien se deshizo de él no lo apuró hasta la última gota, porque si así fuera no se lo estaría bebiendo ahora el vagabundo.
   Pasa, entre los viandantes, un hombre que fuma. O mejor sería decir que ha fumado, porque entre sus dedos sólo humea la mínima expresión de una colilla. Mira en torno, como buscando un cenicero dónde depositar ese desecho, y se lo da al mendigo. Éste lo sujeta entre pulgar y el índice y se lo lleva a los labios. Lo apurra, en dos o tres caladas imposibles. A efectos de esas aspiraciones, brilla, intermitente, reavivado como un tizón encendido, el extremo que queda del cigarrillo.
   Un ejército de seres desvalidos puebla las calles de San Francisco –y de otras ciudades de los Estados Unidos-, las habita. Algunos han perdido la razón. Caminas por la acera y de repente te sobresalta un discurso hecho de gritos enfebrecidos que seguramente no van dirigidos a ti, ni acaso a nadie. En cualquier esquina, peroran sin ton ni son mentes dislocadas, como si, inopinadamente, sin saber por qué, les hubiera saltado un resorte que las impulsara a vociferar.
   La mayoría, ni siquiera tiende la mano en solicitud de unas monedas. Tal vez porque, si tal hicieran, se arriesgarían a perder la exigua ayuda que, en forma de bonos que intercambiar por comida, reciben de la administración pública. Me pongo en su lugar y me entra frío.  

2 comentarios:

  1. En San Francisco especialmente se ve mucha miseria por las calles. En todo Estados Unidos un porcentaje no desdeñable de gente vive del cheque de la Seguridad Social o de esos bonos que dan Ayuntamientos y otras instituciones; mucha gente vive en casas que son en realidad roulottes o casetas de las de las obras. Y en los estados del sur, aún es peor. Tanta obesidad conviviendo con tanta necesidad, aunque a veces, se ven juntas en la misma persona.
    Y ahora, el panorama que se presenta no es demasiado alentador.
    Un beso.

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