viernes, 13 de octubre de 2017

DE TRASHUMANCIA

Detengo un caminar que se hace de buen paso, no por recuperar el aliento, aunque se me haya acelerado la respiración, sino por mirar atrás. Sólo demoro la parada un instante, y enseguida vuelvo a las andadas, que es ir deprisa, deprisa. Si me quedo quieto, así sea unos segundos, una manada de vacas, que unos metros tras de mí ocupa todo el frente de la vereda, amenaza con venírseme encima. Reses que brillan de puro lustrosas, avanzan casi corriendo. En la negrura avileña de su estampa se destaca una cornamenta blanca y larga, tan afilada como si estuviera hecha exclusivamente para la herida.
   Quisiera que fuese respeto lo que me infunden, pero es que meten miedo a mi ser de urbanita bisoño en estos lances. Y eso que esta aventura no me la he encontrado, que he venido a ella exprofeso.
   La partida se hizo recién nacida la mañana y acumulan las pezuñas del rebaño una veintena de kilómetros cuando nos incorporamos a la marcha. Estamos descansados, pero nos hemos perdido las migas a la usanza extremeña que hubo en el desayuno campero. Vienen de donde el arco romano de Cáparra y con ellos nos dirigimos a las inmediaciones del pueblo judío de Hervás. Somos como actores que interpretaran el papel de pastores en ciernes.
   A un lado y otro de la cañada, el sol asfixia la hierba que fue. En el paisaje abrasado, sólo en los árboles se refugia el verde. Vaqueros de verdad, que van a pie o a bordo de tres o cuatro todoterrenos nos van colocando a los neófitos donde se abre una bifurcación en el carril o ante un espacio sin vallado de protección. Está la vía pecuaria muy deteriorada y hemos de evitar que el ganado se nos vaya de la ruta.
   Yo pruebo a conminar a los cuadrúpedos con la mirada, sin mucho aspaviento, aparentando un aplomo y unas dotes de mando que estoy lejos de poseer. En un momento dado, por guardar distancias con esa masa oscura que acaso ni repare en mí, retrocedo un poco y casi me ensarto en unas zarzamoras que tengo a la espalda.    
   Una vaca revirada burla nuestras medidas precautorias y abandona a sus congéneres para lanzarse a la aventura. Rebasa la línea que trazan nuestros cuerpos y se interna en un olivar, donde experimenta la sensación de libertad. Entonces entiendo por qué nos acompaña un jinete. Pronto galopa a la par de la rebelde y no ceja en la persecución hasta que consigue devolverla con los suyos. Lo más curioso, sin embargo, es lo que me sucede a mí, que, sin encomendarme a dios ni al diablo, ni pensarlo, salgo disparado, blandiendo un bastón y voceando interjectivamente al animal díscolo. En aras a la verdad, estoy por apostar que, dado el espacio que nos separaba, no se dio por enterada de mi enfado, ni, afortunadamente, enfrentó su determinación a la mía.
   De cuando en cuando, una carretera parte en dos la cañada. Mientras el rebaño cruza el asfalto, cortamos el tráfico, sin que se oiga un claxon de impaciencia o una queja. A todo lo más, nos encara una mirada curiosa, que revela a la gente venida de otros pagos. Si se fija en mí, tal vez, en el mejor de los casos, no sepa a qué carta quedarse, en cuanto a mi condición extemporánea de pastor.
   Llegamos a destino cuando ya pasan de las tres de la tarde. Las reses comen de un pasto seco y amarillo, y nosotros de una paella del mismo color, obsequio del mayoral, que sabe a gloria. A la sombra de una encina, pienso, no obstante, que el verdadero regalo fue habernos permitido vivir esta experiencia. 

2 comentarios:

  1. Fue verídico o pura literatura? Está maravillosamente escrito, pero me queda es duda.
    Un beso.

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  2. Pasó, pasó... Es crónica, no ficción...
    Un abrazo fuerte

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