domingo, 29 de octubre de 2017

ESTO NO PUEDE VOLVER A PASAR (y 3)

Confieso que, si es verano o, aun no siéndolo, hace calor y falta la lluvia, siento cierta prevención  cuando salgo a la montaña, sobre todo si está arbolada. Me da por pensar en que a lo peor se incendia y quedo atrapado por las llamas. Ese temor se incrementa cuando todavía no se ha disipado el humo en Galicia, en Asturias, en Portugal.
   Alguien puede prender un cigarrillo en el campo que asuela la sequía. Una brasa desprendida, una colilla mal apagada, que aviva la brisa, encontrarían un entorno propicio para propagarse. No sería la primera vez que una barbacoa hace de su derredor una pira gigantesca. O que a un vecino se le ocurre quemar rastrojos, o restos de una poda, o matorral, sin contar con las condiciones climatológicas o la voracidad del fuego.
   Y quién me dice a mí que no ronda los parajes que apetezco andar un pirómano, de ésos que se satisfacen en lo que a todos horripila, y que con tal de darse gusto son capaces de provocar una catástrofe. Quizá, alucinado por las llamas, haga oídos sordos a los gritos de auxilio. ¿Lo satisfará también, al día siguiente, la contemplación del paisaje carbonizado que deja tras de sí?
    Para rematar la lista de peligros a que me aventuro en mis excursiones, oigo que se habla en ocasiones de gentes, que, sin mediar escrúpulo, sacan partido de que se calcine el bosque y le arriman por ello la cerilla.
  Tal vez debería quedarme en casa mientras no decaiga el estiaje, pienso, en tanto me calzo las botas y requiero con los ojos los prismáticos pajareros o el bastón de caminante. Habrá que mirar el cielo por si trajera el aviso de la humareda, y oler, no sea que del aire estén desapareciendo las fragancias y huela únicamente a chamusquina.
   Se me ocurren tantas cosas, que pondrían freno a mis inquietudes y, sobre todo, a tanto drama comunal… Ni siquiera son ideas originales: desbrozar el sotobosque, cuidar los cortafuegos, incrementar la vigilancia, educar y concienciar a toda la población dentro y fuera de los centros escolares, prohibir totalmente el aprovechamiento de la madera o el suelo quemados, diseñar una política de reforestación que reniegue de especies pirófilas (eucaliptos, pinos) y, por supuesto, favorecer la ampliación de los medios anti-incendios… Algo se ha hecho, pero no es para darse por contento…
   ¡Será por dinero! ¿Cuánto se ha gastado en la extinción? ¿Cuánto se ha perdido en lo que ha ardido? Y esas vidas, que ya no serán.

1 comentario:

  1. En este país no se entiende el largo plazo. ¿Para qué limpiar el monte o cuidar los cortafuegos? Igual no hay incendios y hemos gastado el dinero a lo bobo. Luego, claro, llega el incendio y entonces no queda más remedio que actuar y ni aún así, con las llamas calcinando el terreno, parece que la actuación haya sido ejemplar.
    Y sí, hay muchas prebendas, para quien sepa aprovecharlas, en un suelo arrasado por el incendio.
    Un beso.

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