lunes, 5 de febrero de 2018

LA ARGENTINA QUE VI (11): PUERTO MADERO

En pleno Buenos Aires, está este puerto. No pone coto a un océano, no es un mar el que le traería barcos. Se trata de un brazo de agua que, salvando esclusas, podrían navegar buques que vinieran del río de la Plata, que se adivina ahí mismo. Lo que fue dársena es hoy epicentro del barrio más moderno y caro de la ciudad.
   De su función como muelle, poco queda. Quizás tan sólo el nombre y unas grúas amarillas que, asentadas sobre bases rojas, y espaciadas, parecen más elemento ornamental o evocador que auxiliar para el llenado o vaciado de las bodegas de los cargueros. Son como garzas del tiempo de los dinosaurios, cuyo tamaño no disminuyera un ápice la finura y la elegancia que son consustanciales a esas aves. Como ellas, reflejan su inmovilidad en la superficie acuática. Por un momento, casi espero que esa calma se rompa al paso de un pez que arponear con el poderoso pico. Cuando, debajo de una de esas máquinas, mido su altura con la vista, descubro en la cúspide un nido que, por sus dimensiones, me recuerda los de las cigüeñas que soportan los tejados de nuestras iglesias. Durante largos minutos, desoyendo las llamadas de mi estómago, que me advierte de que se está yendo la hora de comer, soy espía de ese refugio. Quisiera saber de sus ocupantes, que por fuerza han de ser pájaros bien grandes. Anima mi curiosidad que sea, muy a principios de noviembre, primavera en Argentina.
   Lo veo desde el puente de la Mujer, obra de Calatrava, que se inspira en una pareja que baila un tango. Antiguos edificios portuarios orlan las márgenes del canal. Pero ya no son lo que fueron. Remodelados con mimo, ofrecen ahora servicios muy distintos a los de antaño, mayormente orientados a satisfacer el paladar, si son bajos, o de habitar instalados en el lujo, si viviendas. Tal vez la imaginación se me dispare, pero veo en ellos detalles que me recuerdan el mundo marino. Formas y colores rinden, más allá de su utilidad, tributo a la estética.
   Tampoco el velero fondeado en aguas de escaso calado conserva la función que le fue propia en el pasado. La fragata Sarmiento ha trocado su papel de buque insignia de la Armada por el de museo de navegación. Puerto Madero parece ejemplificar ante nuestros ojos esa máxima filosófica que nos enseñó la escuela y corrobora la vida, donde  nada es y todo cambia.
   Lo que más me sorprendió de este lugar fue Nueva York. Pensaréis que se me ha ido la cabeza o que mis nociones de geografía trastabillan, llevándome al disparate de contravenir el título de esta serie, que sitúa mis andanzas, lejos de EE UU,  en Argentina. Pero talmente es como si hubiera venido a dar a los aledaños de esta zona un retazo de la Gran Manzana. En un punto próximo, se elevan construcciones que rascan el cielo y juegan con la geometría en sus diseños. Son como una agrupación insólita de torres vigía que, en vez de controlar al enemigo, se satisficiesen en tener el mundo a sus pies. Quizás ignoren, en tal caso, que ellos mismos se constituyen en espectáculo: un sitio desde el que mirar que reclama miradas.

2 comentarios:

  1. Sigo conociendo Buenos Aires de tu mano. Hoy he buscado imágenes del puente de la Mujer y no he tenido que buscar las de la Fragata Sarmiento porque allí aparece, junto al puente, iluminada de noche y con sus palos al aire si es de día. Y sí, el skyline recuerda Nueva York (en pequeñito).
    Eliminé el anterior porque mi teclado pone mayúsculas cuando quiere y, generalmente, no quiere.
    Un beso.

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  2. Buena idea, Rosa, ésa de saltar de la palabra a la imagen, en un recorrido inverso al que hago cuando escribo de viajes...
    Un abrazo fuerte

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